Rieu

15/02/2015

Nada que perdonar


Uno de los primeros pasos en la ruta espiritual, es el del perdón. La gran mayoría de las religiones tradicionales y ciertamente muchas espiritualidades antiguas y modernas, le dan gran importancia al perdón como herramienta de liberación. Por un lado, el acto de pedir perdón, ya sea a nuestra concepción de la Divinidad, a las personas que sentimos hemos heridos o a nosotros mismos, es una puerta hacia la reconciliación, un gesto que, en su núcleo mas honestos, significa un compromiso a enmendar los errores y dejar atrás las acciones y actitudes que generaron la ofensa en el primer lugar.
 Por otro lado, el perdonar a aquellos que nos causaron dolor, permite a esa personas a adquirir dicho compromiso consigo mismas y también las libera del sentido de deuda, usualmente expresado en forma de culpa, que pocas veces ofrece inspiración hacia lo positivo, si no que mantiene al “deudor” en un espacio de oscuridad y poca valía. Esto suele ocasionar que muchos deudores, en vez de tratar de hacer y ser lo mejor que está en ellos ser, se alcen los hombros y se digan: ¿para que, si igual todo el mundo me ve como un ser vil y después de lo que hice no merezco estar con personas buenas o que cosas buenas me pasen a mi? En poco tiempo, el pensamiento tiende a evolucionar a algo más agresivo: “ah, con que soy un ser vil, ¿no? Así que no merezco perdón porque soy tan horrible, ¿no? Bueno ahora si voy a ser horrible de verdad; ahora si  voy a ser vil, si voy a ir al infierno me voy a ganar todas las pailas que ahí allá abajo. Por tanto, un perdón dado a tiempo puede ahorrar mucho dolor a muchas personas.
El perdón también beneficia al que lo da: lo libera de esa cadena pesada que es el resentimiento, que le quita la luz y alegría a la vida. Hasta que no se perdona a los que nos lastimaron, tendemos a reaccionar con ira y malestar cada vez que escuchamos algo sobre ellos, en particular si les va bien. Un glorioso día de sol se convierte en algo gris si nos topamos con el ofensor. Si no tenemos cuidado, el rencor lo extendemos a personas inocentes, como sus amigos o familiares. Podemos llegar incluso a exigir alianzas que excluyan al ofensor: o estás conmigo o estas contra mi; si haces negocios con fulanito no hago negocio contigo; primero muerta que verte casada con el hijo de sutanito. El perdón sincero es la tumba del rencor y el odio. Quizás no abra las puertas a la amistad y el amor particular, pero si a la paz y al amor universal.
Si son como yo y han leído hasta aquí, a lo mejor se estén rascando la cabeza, puesto que lo que he dicho hasta ahora no pareciera concordar con el título del escrito, “nada que perdonar”. La razón es simple: ahora es que llegamos a ese punto. Una vez que el caminante espiritual ha dado y recibido sus perdones, se ha liberado del poder del resentimiento y odio, se ha abierto al amor, ha tenido la noche obscura de su alma y ha descubierto, o al menos comenzado a percibir a la Divinidad en sí mismo y en todo lo que es, algo extraño comienza a ocurrir. De repente mira hacia atrás, a todo lo que le ha ocurrido y hecho y decide que, si tuvieran el poder de cambiar algo, no cambiaría nada. Cada lagrima, cada golpe dado o recibido, que error cometido, cada dolor despertado, cada uno de esos momentos que llamaríamos de oscuridad, parecen ser cruciales para lograr que el caminante espiritual esté en donde esté en el momento de iluminación. Es como si cada golpe hubiera sido un martillazo por parte del orfebre para moldear al caminante en la obra que es hoy. Y si es así, ¿qué hay que perdonarle al martillo?
Ya seas que veas al orfebre como el destino, Dios, tu yo superior que planeo todas las experiencias junto con el Yo superior de los otros antes de encarnar, queda claro que nada ha sido casualidad ni arbitrariedad ni injusticia. Esto no le quita validez al dolor que sentimos, ni hace menos graves las ofensas que recibimos o dimos. Pero si nos recuerda que todos estamos juntos en esta historia: que nos cueste o no creerlo, no hay nadie mejor que otro.
Cada quien viene a trabajar ciertas experiencias, en conjunción con otros “actores” del drama terrenal, porque en su momento el, ella o la Divinidad sintió que dichas experiencias eran necesarias para  darle forma a la joya de su alma. En lo personal sí creo que hay veces que algunos pierden el “guion” interno y quizás golpean más de lo que deben: pero eso no afecta la oportunidad que ese golpe otorga. ¿Alguna vez pediste ser paciente, amoroso, generoso, compasivo? ¿Cómo vas a ser alguna de estas cosas, si no te pones a prueba, en una situación tal que la respuesta al problema sea ser paciente, amoroso, generoso, compasivo. Normalmente este es el momento en que alguien habla de África y los pobres y las víctimas de guerra o la violencia. Y de nuevo, nada de lo que he dicho busca minimizar su dolor. Lo importante es, por un lado, comprender que esas víctimas nos están dando un hermoso regalo, a abrirnos, a dar la mano, a ayudar, a aprender. Por el otro, si escuchamos a las víctimas, nos toparemos con dos: la que mira atrás y encuentra la lección y en esa lección encuentra a su vez fortaleza e inspiración para amar la vida con todo y sus arrugas y la que queda atrapada él en  horror y no puede avanzar.  Ambas posiciones son honorables y ambas son una forma de crecimiento.
Una vez que vemos nuestra historia como una serie de oportunidades para crecer, para conocernos, para abrirnos a la compasión, para trabajar con nuestros sentimientos, para probar nuestra fortaleza, para aprender, para conectarnos más aun al milagro de la vida y al Espíritu que la sostiene, realmente es difícil sentir que debemos perdonar, porque todo ha sido una especie de don. En la práctica probablemente seguiremos dando perdón a quienes nos los pidan, porque lo necesitan en la etapa espiritual en que se encuentran en ese momento. Quizás necesitemos algo parecido al auto-perdón, o más exactamente, la auto-compasión y aceptación para vernos mas allá del ego y los filtros del “deber ser.” Pero en el fondo, en vez de una posición de perdonar, estaremos en una de aceptar, agradecer y amar, cada vez más. Porque no hay nada que perdonar; solo lecciones que agradecer.

Karem Barratt 

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